El diccionario Oxford ha elegido como palabra del año “post-truth”, posverdad.
Es la consecuencia de la utilización de datos falsos en las campañas del Brexit de Donald Trump, que tan buenos resultados les han dado.
Pero la realidad es que la estrategia no es nueva y se basa en un sesgo: el de confirmación.
Todos los seres humanos buscamos aquellos factores que confirman nuestras propias creencias, prejuicios o actitudes. O que justifican nuestros actos. Y no sólo ocurre en la búsqueda de información, también recordamos mejor esa información y bloqueamos el acceso a nuestra memoria de trabajo de los factores que nos hacen sentir incómodos con nuestra opinión.
Lo que ocurre hoy es que existen instrumentos que permiten analizar muy profundamente qué piensan las personas a las que nos vamos a dirigir: qué les preocupa, qué postura tienen al respecto y sus prejuicios, temores, esperanzas…
El big data ofrece la posibilidad de analizar una enorme cantidad de información en tiempo real.
Incluso con programas de software libre podemos tomar los mensajes de las redes sociales, filtrarlos por zonas, y ver de qué hablan los usuarios: las palabras más repetidas, el análisis de sentimiento…
Sabido lo que piensan de un tema y que además esa materia les preocupa aseguramos que su memoria será muy eficiente para recordar su mensaje y sus sentidos extraordinariamente ineficientes para percibir los factores que lo desmienten.
Así se fraguaron estas dos campañas: público potencial (hombres blancos maduros que viven mucho peor que hace unos años), búsqueda de culpables sencillos y promesas que unen anhelos particulares (vivir como antes) con grandes palabras (que nuestro país vuelva a ser el de antes).
En realidad se ha hecho toda la vida. Pero la tecnología permite unir de una manera tan eficaz el discurso y lo que piensan quienes lo escuchan que casi da miedo.
El instrumento es poderoso y eficaz pero no tiene que ser necesariamente perverso. Se puede usar para afinar mensajes (no mentiras), para conocer los insights de los consumidores o para saber qué no les gusta de un producto propio o de la competencia y rediseñar sus prestaciones.
El problema no es la tecnología, está en cada uno de nosotros. Se trata de que seamos críticos y analicemos incluso aquello de lo que estamos seguros.
Pero se une otra realidad: abrumados por tanta información, no tenemos tiempo de analizarla. Dejamos que nuestros atajos cognitivos hagan un trabajo rápido. Ahí aparecen numerosos sesgos y también personas que los aprovechan.